Esa práctica pertenece a la brujería europea. En la antigua Grecia, los magos
usaban unos amuletos con forma humana llamados kolossoi. La costumbre de clavar
en ellos alfileres para maldecir a sus víctimas la comenzaron las brujas
medievales, si hacemos caso a lo narrado por el rey Jaime I de Inglaterra en su
obra Demonología (1603).
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